Trepo la escalera
con cansancio, saco el dinero suficiente
y subo a casa.
Un bolso prestado
y mis petates, no tengo el hábito de
viajar. Dos camisas. La remera vieja que recupere cuando mama se fue. Dos
shorts, el azul de alguien más que ya no está y uno nuevo que tal vez ni use.
Cables, una compu prestada, la cámara que no recuerdo cómo se usa y cuatro días
por delante que se abren sin saber que van a llenar. Zapatillas
He perdido la
costumbre. Así, armar el bolso y partir.
Premeditado. Con ganas de estar en otro sitio, el que elijo.
Nada fantástico
ni costoso ni de moda. Ni siquiera divertido. El pueblo.
Las rastreras y el polvo son como la muerte,
se abalanzan sobre todo lo que fue útil alguna vez,
destrozando,
hasta hacer desaparecer bajo su forma,
al final sólo estará
el vacío como el de un cuerpo pompeyano.
La madre abraza al niño,
frente a mi y a mi café,
no existe el futuro en eso
Es aquí de donde vengo y es aquí donde desapareceré algún
día.
Ella camina sus pasos delante de mí,
yo cierro el círculo y el lugar, hacia el olvido.
Mi estirpe, el lodo que me forma,
el ciprés bajo el que me iré a dormir,
las placas frías donde esta toda mi sangre
ya seca.
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