domingo, 12 de febrero de 2012

Villaguay



Trepo la escalera con cansancio,  saco el dinero suficiente y subo a casa.
Un bolso prestado y mis petates,  no tengo el hábito de viajar. Dos camisas. La remera vieja que recupere cuando mama se fue. Dos shorts, el azul de alguien más que ya no está y uno nuevo que tal vez ni use. Cables, una compu prestada, la cámara que no recuerdo cómo se usa y cuatro días por delante que se abren sin saber que van a llenar. Zapatillas
He perdido la costumbre.  Así, armar el bolso y partir. Premeditado. Con ganas de estar en otro sitio, el que elijo.
Nada fantástico ni costoso ni de moda. Ni siquiera divertido. El pueblo.









Las rastreras y el polvo son como la muerte,
se abalanzan sobre todo lo que fue útil alguna vez,
destrozando,
hasta hacer desaparecer bajo su forma,
al final sólo estará el vacío como el de un cuerpo pompeyano.








La madre abraza al niño,
frente a mi y a mi café,
no existe el futuro en eso
y no hay temor.







Es aquí de donde vengo y es aquí donde desapareceré algún día.
Ella camina sus pasos delante de mí,
yo cierro el círculo y el lugar, hacia el olvido.
Mi estirpe, el lodo que me forma,
el ciprés bajo el que me iré a dormir,
las placas frías donde esta toda mi sangre
ya  seca.
 





No hay comentarios: